Ondina Peteani está considerada hoy como la “primera” relevista partisana, pero han sido necesarios años y un costoso trabajo, tras su muerte, para sacar a la luz su historia.
Su hijo Giovanni cuenta cómo consiguió escapar del campo de concentración de Ravensbrück, durante una marcha de prisioneros. No era la primera vez que se escapaba: se había salido con la suya dos veces antes de llegar a Alemania. Su historia sería muy aventurera tal y como es en este momento. Pero Ondina nunca dejó que la pesadilla nº 81627 (su código en Auschwitz), se interpusiera en sus planes, en su brillante idea de vida. Después de la guerra, eligió ser comadrona. Junto con su compañero Gian Luigi Brusadin, periodista de la “Unità”, organizó la primera agencia de Editori Riuniti, un lugar animado donde la gente podía reunirse y hablar de política. Luego Ondina inventó los campamentos de verano para niños y organizó una ciudad de tiendas de campaña en Maiano tras el terremoto de Friuli (1976). Y finalmente, como “pantera gris” con su compromiso en el sindicato de jubilados CGIL, invocó sin pelos en la lengua que “sólo un pacto entre generaciones puede evitar el aislamiento y la injusticia”. Su hijo sigue llevando su experiencia a las escuelas destacando lo fundamental que fue el aporte y el apoyo del contingente femenino a la Lucha de Liberación Nacional. Su presencia y trabajo como partisanas no fue reconocido hasta muchas décadas después, gracias a la lucha de sus familiares para que las mujeres partisanas fueran reconocidas y recordadas. A la pregunta de lo difícil que debió ser para una mujer intentar tener un papel en una sociedad tan patriarcal, respondió: “Creo que fue una conquista diaria, un recambio de emociones largamente negadas, de privaciones identitarias aplastadas por el oscurantismo ignorante impuesto por la dictadura. La venganza se libró a un gran coste, directamente en el campo, sobre el terreno, en esa demostración de valor […] a veces superior a la de los hombres”.